María Cabrillana de Rivas da el pregón de la feria
de Casarabonela (Málaga) 2012.
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Buenas tardes a todas y a todos.
Gracias, muchas gracias por estar aquí.
Gracias también a don Francisco Gómez Armada, alcalde de Casarabonela y a todo el equipo del gobierno municipal por otorgarme el mayor honor que podía soñar: ser pregonera de mi pueblo, ser pregonera de Casarabonela.

A mí me hizo Rafael Cabrillana y me parió Reyes de Rivas, pero no sería la persona que hoy soy si el molde no me lo hubiesen forjado en Casarabonela.
No sería como soy si no hubiera crecido comiendo las roscas de la Tahona, los molletes del Llanete, los bollos de Maseo y las tortas de Doblas.
No sería la misma persona si en las noches de verano no hubiera saboreado los helados de Trini, si la sed que me provocaban las pipas saladas de Cuenca o los kikos del kiosco de Rafael no la hubiese apagado con el agua del caño de la plaza,
No sería la misma si no guardara en el paladar de la memoria el sabor de los dulces de Mariquita Narao, el de los altramuces de Guillén y el de las avellanas de René.
Sin lugar a dudas no sería quien soy, porque en Casarabonela aprendí desde pequeña a imaginar y a escribir cuentos de hadas. Hadas que vivían en un bosque donde existía un tobogán mágico, blanco y enorme, al que unos llamaban La piedra resfalosa y otros, la piedra resbalosa, pero nunca resbaladiza.
Si el molde no me lo hubieran construido en Casarabonela, con toda seguridad mi sentido de la orientación sería otro, ya que me inclino a creer que en mi inutilidad para leer mapas y orientarme en general, jugó un papel importante el que en mis tiernos años infantiles creyera que los confines del mundo estaban en el término municipal de Casarabonela, en lugares como la Eza, Alcaparaín, la cruz del Buifarán o Sierra Prieta.
Esta desorientación se incrementaba con el hecho de que yo tenía el convencimiento de que guardaba un secreto que los demás ignoraban, y éste era que la torre más famosa del mundo, la torre Eiffel no se encontraba en París, sino en la Avenida de Juan XXIII.

Indiscutiblemente si el molde no se me hubiera forjado en Casarabonela, mi sentido de la estética sería otro, si el molde no hubiera sido morisco probablemente no me parecería que la fuente más bonita no es la más labrá sino la quebrá, que el sillón más lujoso no es un Luis XV ni XVI sino uno en ruinas en el que se sienta un moro (con perdón).

Y es que las moriscas y los moriscos tenemos un sentido de la belleza muy particular, y eso no es por capricho, es que no puede ser de otra manera, ¿qué le vamos a hacer si en Casarabonela es bonito hasta la Raa de la Viea?
No sería la misma persona si el molde no lo hubieran marcao las enseñanzas de tantas maestras y maestros por cuyas clases he pasao, entre ellos don Eleuterio, don Diego, don Francisco y don Salvador, que tan recientemente nos dejó.

No sería la misma persona que ahora os habla, si no hubiera bailado mis primeros bailes en el cine de Galván, cuando ya no era cine, si no hubiera llevado las primeras hombreras en la discoteca del Malagueño, no sería la misma si no hubiera adiestrado los oídos para los decibelios de hoy en día en la discoteca de tres Jorobas y si no me hubiera marcardo más de una rumba en El Tablaíto.

Pido una cosa: que me perdonen aquellos que no nombro y trabajaron por igual en esta forja. No quisiera dejar sin mencionar a mi amigo Juan, que por cierto, desde Madrid recuerdos os da. Juan Sánchez, con el que tuve el gusto de la primera Pasión representar junto a unos pocos moriscos más. Uno de los cuales, Polito, lamentablemente no está.

Seguro que no sería la misma persona que está, aquí y ahora casi sin creérselo, en el balcón del ayuntamiento, si no hubiera vivido y disfrutado tantas ferias de Casarabonela y tantas preparaciones para la feria.

Porque tres meses antes ya estaban las mujeres yendo y viniendo, suplicando por activa y por pasiva a los Renés, a Pepe el de Mª Jesús, a Rafael el de la Alcorcá, a Josefita la de Anisca Gil, a las tres Marías y a otros más que les fuera la casa a blanquear.
Entonces yo siempre escuchaba a mi madre decir una frase, que con el significado que ha tomado el verbo, no se puede decir ya. Y esta era: “¡Dios mío me corro de vergüenza de pensar que llegue la feria y la fachá esté como está!”

Otras mujeres del pueblo estaban más ocupadas en cumplir a tiempo con los encargos que tenían para la feria, las costureras Angelita, Ana y María Pérez, Carmelita Olid, Isabelita Guerrero y mi querida Dolores la del Correo.

Pero, me vais a disculpar, de todas ellas con mi hermana Rosario me voy a quedar, porque a coser para la calle se puso sin edad, y a toda la familia nos vestía. A ti no, papá, que a ti con coserte los bolsillos y las quemaduras de los cigarrillos tenía de más.

Cuántas bajadas y subidas por las calles empinás para que tuviéramos las galas de feria al final: Que si la tela de Juan Campos, que si el polito de María la del Trueno, el pañuelo de Josefita la del estanco y los botones por La Perota forraos.
Y de los zapatos no creáis que me he olvidao, que la cosa estaba entre tres: Gorito, Salvador y Guzmán (el último allegao).
Cuántas tardes cosiendo y soñando, con un sol de justicia y los postigos entornaos, que mi casa no parecía sino un cuadro de Lorca sacao.
Tres hermanas: la grande; la chica; y yo, la mediana. De la mayor ya os he hablao. La chica, Reyes, la más sentimental, que cuando menos te lo espera te saca un detalle que te hace reír y llorar.

Y para el matriarcado continuar: tres nietas, papá, para orgulloso estar; una de ellas, María, mi hija, que tantas alegrías me da.
Bueno, sí, también están los cuñaos, a los que quiero una hartá.

Y por fin, llegaba la feria: luces, música y vueltas. ¡Ay que lo he visto! ¡Mira que si me mira! ¡Mirá, mirá que me ha mirao! ¡Ay, que con él he bailao!

La música cesa, los puestos se cierran, los coches no chocan ni los cacharros dan vueltas. Para los que se van a dormir, para los que se despiertan, ya huelen los churros de Encarna, los de Perico el de las naraa, los de su mujer Isabel y los de su hijo Juan, y si me voy más atrás, los tejeringos de Anita la cal.

Una espinita tengo en mi corazón, y es que hay dos mujeres con las que nunca fui a la feria: mi madre y mi abuela. Pero estoy segura de que ahora, juntas, están subidas en la noria o en la ola o metiendo en la tómbola y tocándoles todos los boletos premiaos, porque juntas se ganaron la gloria.

A nosotros, los jóvenes (no me mires así, claro que tengo espejos en mi casa, pero es que soy de Casarabonela, el único sitio en que con cincuenta años se sigue siendo una muchacha).
Como decía, a nosotros, los jóvenes, algunos nos dirán que la feria son cuatro días para olvidar las penas y pasárselo bien y ya está.
Y tienen razón la feria dura cuatro días y sí, en la feria nos lo pasamos bien, y disfrutamos a reventar, pero no olvidamos. No debemos olvidar la realidad que estamos viviendo, al contrario debemos ser más conscientes que nunca de ella.
Porque es en estos días en que sentimos más que nunca el orgullo de ser moriscos, en que sentimos que no hay distinciones y que todas y todos, sin excepción, estamos invitados a bailar en la plaza, es en estos días más que nunca que no debemos anestesiar la memoria y la consciencia, no debemos beber para olvidar.

No bebamos para olvidar, porque luego vendrá el lunes de resaca y tendremos el estómago hecho polvo y nos dolerá la cabeza y el alma, y las ilusiones se nos habrán escurrido por los agujeros de los bolsillos.

Vamos a divertirnos, vamos a cantar, vamos a bailar, vamos a comer, vamos a beber, vamos a sentir las cosquillas de la noria en la barriga, y vamos a sentir todo lo bueno que une al pueblo, que une a las moriscas y a los moriscos.

Esa alegría, esa chispa, esa fuerza, esa energía las vamos a conservar después de que suene la traca y de que los cohetes hayan iluminado el cielo de Casarabonela, y las vamos a utilizar al día siguiente, y al otro, y al otro y todos los días porque el baile no acaba, y sigue tocando la orquesta de la vida y nosotros, las moriscas y los moriscos queremos seguir bailando, bailando en nuestro pueblo, en un pueblo que queremos conservar y queremos que tenga un futuro, un buen futuro.

Que no nos digan que no tenemos dientes para comer turrón del duro. Tenemos que conservar esa unidad y no quedar como las varillas de los cohetes, al día siguiente, desperdigadas e inútiles.
No permitamos que nos vuelvan a separar las tendencias políticas, los títulos, las nóminas, las calles o las rencillas.
Sigamos bailando todos juntos al mismo compás; aportando cada uno sus conocimientos, su esfuerzo y sus ilusiones para que el pueblo siga vivo, para que los jóvenes tengan su pasado, su presente y su futuro en el pueblo. Porque así, no solo ahora sino todos los días podremos gritar todos juntos que
VIVA LA FERIA DE CASARABONELA, QUE VIVA CASARABONELA.


Copyright ©2012 María Cabrillana de Rivas