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Josefa y Manuel
(Disponible narrado por la autora en YouTube)
Hubiera querido Josefa que las cosas hubiesen ido de otra manera, recordaba los primeros días de su llegada, sus risas deslizándose por la enorme rueda de la noria. No sabía qué había ocurrido para haber llegado a ese punto en que ahora estaba; se sentía como los boletos que habían comprado en la tómbola, y una vez visto que no estaban premiados habían roto y arrojado al suelo, abandonándolos a las pisadas indiferentes de los transeúntes. Cada día lo único que deseaba era hacer feliz a Manuel, cada día lo único que quería era volver a sentir aquel vértigo de felicidad que la inundaba en los tiempos de los encuentros en la sierra. Cada día se estrellaba contra el carácter agrio de Manuel y competía contra la alegría ficticia de una botella de vino. Poco a poco ella se fue rompiendo, como sus sueños, aquellos que aunque nunca los mencionó, siempre los tuvo. No crecieron hijos en su vientre, abandonó el calor su cama, nunca las palabras esperadas se derramaron en sus oídos, jamás las miradas deseadas llovieron sobre sus ojos ni crearon charcos de amor en sus pupilas.
Hubiera podido ser feliz, hubiera podido simplemente amarla. Pero, todo en la vida es elección, y no fue ésta la suya. Cada madrugada que sentía el roce cálido del cuerpo de ella se creía vulnerable y débil, tenía miedo de sus emociones, del poder que aquella mujer poseía sobre él sólo por ser como era. Y eso le enfurecía, la mujer más tonta y fea del pueblo le había conquistado sin hacer nada, sin tener nada. ¿Qué valor tenía entonces él si se sometía a alguien tan inferior? El rencor hacia Josefa y hacia sí mismo le traspasó el alma con una espada de amargura. No conseguía disfrutar del racimo de cariño que por todas partes ella le dejaba. Se odió por ello, y no encontró otra manera de aliviar su resentimiento más que hundiéndose en las borracheras que le permitían olvidar por unas horas lo que le atormentaba como una condena eterna: vivir consigo mismo. Se odiaba de una manera indescriptible cada vez que despertaba y en la neblina de su entendimiento distinguía el rostro magullado de ella. Qué dolor tan inconsolable le sondeaba las entrañas, qué locura saber que era el causante de ello y no recordar cómo ocurrió, qué alivio no recordar. Qué necesidad de buscar razones válidas para aquello que no entiende la razón. Qué desesperanza cuando la única esperanza es vivir muerto en alcohol.
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